La caza con hurón

La caza de conejo con hurón constituyó durante siglos una práctica habitual muy difundida en toda la Península, aun cuando casi siempre se trató de un arte de caza proscrito sobre el que recayeron no pocas prohibiciones. En la actualidad sólo se autoriza en determinadas ocasiones y bajo estrictas limitaciones en alguna comunidades.

El hurón, conocido popularmente como "bicho", es una subespecie doméstica de su pariente el turón que no se conserva en estado salvaje, a excepción de aquellos individuos escapados y de los ejemplares cimarrones. Con un tamaño similar, el hurón doméstico se diferencia de su pariente salvaje en su colorido más pálido, que va desde el blanco albino al color crema pasando por varias tonalidades del pardo, hasta incluso una librea más oscura muy semejante a la del turón.

Este inquieto mustélido ha sido criado en cautividad desde muy antiguo, para ser utilizado en la captura del conejo común, una especie que en otras épocas alcanzó poblaciones muy numerosas y que en determinadas ocasiones llegaron a producir serios daños en algunos cultivos. En estos casos, cuando lo que se pretendía era reducir el número de conejos en una zona concreta, se recurría al bichero, o lo que es lo mismo, a una persona especializada en la caza con hurón.

 

Para transportar el hurón hasta el lugar de la cacería se utilizaban las llamadas huroneras, unas ajustadas cajitas que permitían portar el animal cómodamente instalado en el interior de un morral. Llegados al lugar donde se encontraba el vivar, se procedía a localizar todas y cada una de las distintas entradas que poseía el intrincado laberinto de galerías, colocando en cada una de ellas una presera, capillo o albanegra. Con ese peculiar nombre se denominaba a unos pequeños paños de red provistos de un cordón que los cerraba formando una característica bolsa en forma de calcetín. La presera se colocaba extendida sobre la boca de la galería, sujeta únicamente por una resistente estaca que se clavaba en el suelo siempre por encima del cado. Bastaba entonces con elegir una de las bocas del vivar e introducir el hurón en su interior, y el bicho haría el resto, pues los conejos, al apercibirse de la entrada del depredador, emprenderían una vertiginosa huida hacia la salida más cercana, quedando atrapados en alguna de las distintas preseras.

 

Para poder seguir los movimientos del hurón era menester colocarle prendido del cuello un pequeño cascabel, cuyo tintineo advertiría al cazador de la salida del animal al exterior tras haber explorado el complejo de galerías. Se imponía, como cuestión transcendental , impedir que el mustélido hiciese "chicha" en el interior de alguna galería, y para evitarlo algunos cazadores solían colocarle el bordel o frisuelo, un sencillo bozal de correa que le impedía morder a los conejos, pues de suceder así el hurón de hartaría de comer para luego acurrucarse en algún oscuro recoveco del vivar donde obviamente terminaría por quedarse dormido. Este hecho ocasionaba serios quebraderos de cabeza al cazador, que en muchas ocasiones se cansaba infructuosamente de llamarlo, sin que éste saliese al exterior. En estos casos no quedaba más remedio que ponerse manos a la obra y, armado de pico y pala, remover un buen montón de tierra hasta dar con él. Otro método bastante utilizado consistía en relizar una pequeña hoguera frente a una de las bocas del vivar e insuflar el humo resultante en su interior, aunque éste era un método particularmente peligroso pues podía terminar asfixiando al hurón. Como última solución se optaba por dejar el morral con la huronera junto a una de las salidas y volver al día siguiente, con ello y un poco de suerte, hallarían al hurón en su interior, pues éste, al reconocer su olor, solía colarse con facilidad dentro del zurrón.

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